martes, 16 de octubre de 2012

Un poquito de historia

 *UNA DE ALMOGÁVARES*

Arturo Pérez-Reverte

De ese centenario se ha hablado poco, pues nadie puede hacerse fotos
a su costa.

Hace setecientos años justos, además de salvar el imperio bizantino
del avance turco, los almogávares arrasaron Grecia. Fue un episodio sólo
comparable a la conquista de América por bandas de aventureros sin
nada que perder salvo el pellejo -que se cotizaba a la baja- y con todo por
ganar si salían vi vos. Pero en esta España donde los libros escolares no los
determina la memoria, sino el pesebre donde trinca tanto  sinvergüenza
periférico y central, esas historias han sido eliminadas, o manipuladas en
beneficio de los golfos que organizan el negocio en plazos de cuatro
años: los que van de una urna a otra. El resto importa un carajo. De los
almogávares, como de lo demás, no se acuerda casi nadie. Eran
políticamente incorrectos.

Madrugando el siglo XIV, el emperador de Bizancio pidió ayuda para
frenar el avance de los turcos, y la corona de Aragón envió sus temibles
Compañías Catalanas. Lo hizo para quitárselas de encima. Estaban integradas
por almogávares: mercenarios endurecidos en las guerras de la Reconquista
y en el sur de Italia. Sus oficiales, de mayoría catalana, eran también
 aragoneses, navarros, valencianos y mallorquines. En cuanto a la
tropa, el núcleo principal procedía de las montañas de Aragón y Cataluña; pero
las relaciones mencionan apellidos de Granada, Navarra, Asturias y
Galicia.

Feroces y rápidos, armados con equipo ligero, combatían a pie en
orden abierto, con extrema crueldad, y entraban en combate bajo la señera
cuatribarrada de Aragón. Sus gritos de guerra eran Aragón, Aragón, y
el terrible, legendario, Desperta, ferro. La historia es larga,  tremenda, difícil de resumir.

Seis mil quinientos almogávares recién desembarcados en Grecia
destrozaron a fuerzas turcas muy superiores, matando en la primera batalla a trece
mil enemigos, sin dejar con vida -eran tiempos ajenos al talante, al
buen rollito y al diálogo entre civilizaciones- a ningún varón mayor de
diez años. En la segunda vuelta, de veinte mil turcos sólo escaparon mil
quinientos. Y, tras escaramuzas menores, en una tercera escabechina
los almogávares se cepillaron a dieciocho mil más. Eran letales como
guadañas.

Además, entre batalla y batalla españoles a fin de cuentas- pasaban el rato apuñalándose entre sí
pordisputas internas, o despachando a terceros en plan chulito, como los tres
mil genoveses a los que por un quítame allá esas pajas acuchillaron
en Constantinopla, durante una especie de botellón que terminó como el
rosario de la aurora.

A esas alturas, claro, el emperador Andrónico II se preguntaba, con
los huevos por corbata, si había hecho bien contratando a semejantes
bestias. Así que su hijo Miguel invitó a cenar a Roger de Flor, que era el
jefe, y a los postres hizo que mercenarios alanos los degollaran a él y a un
centenar largo de oficiales. Fue el 4 de abril de 1305. Después de aquello
los griegos creyeron que la tropa almogávar, sin jefes, pediría cuartel.
Pero eso era desconocer al personal. Cuando apareció el inmenso ejército
bizantino para someterlos, aquellos matarifes oyeron misa y comulgaron.

Luego gritaron: Desperta ferro, Aragón, Aragón, y se lanzaron contra
el enemigo, pasándose por la piedra a veintiséis mil bizantinos en un
abrir y cerrar de ojos. Lo cuenta Ramón Muntaner, que estuvo allí: no se
alzaba mano para herir que no diera en carne.

No quedó sólo en eso. Enterados los almogávares de que nueve mil
mercenarios alanos -los que aliñaron a Roger de Flor- volvían a su tierra
licenciados y con familia, les salieron al paso, hicieron picadillo a ocho mil
setecientos y se quedaron con sus mujeres. Después, durante una larga temporada y
pese a estar rodeados de enemigos, se pasearon por Grecia saqueando y
arrasando, por la patilla, cuanto se les puso por delante. Fue la famosa
venganza catalana. Y cuando no quedó nada por robar o quemar, fundaron los
ducados de Atenas y Neopatría: estados catalano-aragoneses leales al rey de
Aragón, que aguantaron durante tres generaciones hasta que con el tiempo, el
sedentarismo y el confort, se fueron amariconando -hijo caballero,
nieto pordiosero- y quedaron engullidos, como el resto de Grecia, por la
creciente marea turca que había de culminar con la caída de Constantinopla. Y
ésa, colorín colorado, es la historia de los almogávares.

Admitan que es una buena historia. Vive Dios.

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